Aprendemos a través del error
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La cultura del error
Buena parte de la cultura occidental, tradicionalmente, ha mostrado dos posturas opuestas ante la respuesta a un estímulo de aprendizaje, si era el adecuado, el oportuno reconocimiento o incluso su ausencia porque el acierto es, simplemente, lo correcto; si era el desacierto, la consecuencia conllevaba reprimenda y castigo.
El error se ha visto siempre como una situación a la que el niño/ alumno no debía llegar si se le mostraba adecuadamente el camino hacia la respuesta deseable, además, se ha entendido como peyorativo y por tanto lo correcto siempre era la única posibilidad de lograr la meta/objetivo. Éste generalmente se ha castigado en un intento, banal en muchas ocasiones, por evitar que se repita en futuros tentativas. Pero esto contradice, casi podríamos decir, todo el devenir de la humanidad, por citar un ejemplo.
El ser humano desde que es niño comienza a experimentar con el mundo y no deja de llevar a cabo este proceso de ensayo-error que no es más que la comprobación de dónde se sitúan los límites de él para con el mundo y las personas. Luego, en ellos, el error ocupa una posición central, pero es la capacidad por aprender la que les lleva a “olvidarse” en muchas situaciones de él en pos de lograr su objetivo. Es obvio, que en ocasiones, el error pesa demasiado y el sofoco del niño o la frustración se hacen visibles. Pero, ¿por qué castigar al niño mediante la negación o censura del acto? Los adultos desde nuestra posición hemos perdido esa capacidad y, por qué no, ese descaro para tratar el error y nos anclamos en el miedo al fallo porque encontramos en él cierto fracaso, que no es más que una idea falsa que hemos heredado de la etapa infantil y toda una cultura que nos castiga por haberlo cometido. No debemos juzgar a los niños desde esa posición no sólo porque ellos no han desarrollado esa conciencia sino además porque no fomentamos la posible experimentación que podría llevar a cabo desarrollando sus capacidades.
Desde la psicología
Ya en el siglo XX, primeramente, el psicólogo y pedagogo E. L. Thorndike, propuso la Ley del Efecto, sentando las bases del condicionamiento operante, con el que establecía que si una conducta va acompañada o seguida por una satisfacción el sujeto tenderá a repetirla cuando la situación surja de nuevo, y al contrario, si va acompañada o seguida por insatisfacción, éste tenderá a omitirla. Lógicamente se desprende que, de un reforzamiento positivo aumente la frecuencia de repetición de la conducta que se desea. De las conclusiones en torno al castigo afirmó que [blockQuote position=»center»]puede ser una vía fácil y rápida, pero disminuye el autoestima de quien lo sufre, no propone información sobre un comportamiento alternativo más adecuado…[/blockQuote] entre otras. Posteriormente, B. F. Skinner, psicólogo y filósofo, profundizaría en el condicionamiento operante, con su Ley del Refuerzo, centrándose en la respuesta que se genera al estímulo y estableciendo diferentes condicionamientos según la misma, creyendo que es posible moldear el comportamiento en función de los distintos refuerzos. En función de las consecuencias que tiene la conducta se repetirá su frecuencia y advierte, igual que su predecesor, de lo perjudicial que puede llegar a ser si el refuerzo negativo se torna castigo.
Durante la infancia y la juventud es muy probable que los chicos desarrollen actitudes de enfrentamiento al error, resentimiento por no ser capaz de superarlo o incluso una posibilidad de rebeldía frente a lo correcto. No hablaré de Freud, pero sin duda alguna las conductas que aprende un niño en la infancia le dejan una huella que en el futuro manifestará en situaciones parecidas que se le presenten, tanto en niveles superiores de enseñanza, en el mundo laboral, como en la educación que vaya a proporcionar a sus futuros hijos, ya que implantará el modelo conocido si no ha sido capaz de aprender otro distinto.
En el mundo empresarial
En muchas empresas y organizaciones la búsqueda de la excelencia o la consecución de objetivos ha implicado e implica una negación del error que termina siendo una losa para todos sus miembros. No confundir, lógicamente, error con falta de compromiso o responsabilidad ya que son aspectos diferentes, donde los últimos no deben darse nunca. En ocasiones las metas y las exigencias son particulares, es decir, de un jefe o intendente que por razones diversas exprime a sus trabajadores generando en ellos la misma ansiedad y frustración si no cumplen las expectativas pero a los que tampoco recompensa si las consiguen, con lo que la insatisfacción es total. Se entiende que el desacierto en la empresa puede ser más delicado, en función de lo que esté en juego, pero en ningún caso es admisible que los empleados tengan que pagar de la forma que sea, por una equivocación. Esta dictadura del éxito por parte de directivos no conduce más que a una negación de los trabajadores que bajo presión constante se instalan en el miedo al fracaso, temiendo incluso ser despedidos si incurren en fallo en alguna ocasión. El clima de trabajo desde luego no es el adecuado ya no sólo anímico en el día a día, sino que crea una falta de expectativas en el empleado que no se ve con capacidad para evolucionar, puesto que sólo piensa en no errar. Esto conlleva al conformismo y al sedentarismo, que también se puede ver reflejado en esas personas que por no fracasar no emprenden o desarrollan proyectos más ambiciosos y satisfactorios personalmente que, ciertamente, implican un riesgo -que siempre va a estar presente- pero que no se asume.
Enfrentarnos al error
Modelo educativo
Desde los modelos pedagógicos de los años ochenta hasta las nuevas didácticas actuales se ha postulado que en el proceso de enseñanza aprendizaje se debe permitir que el error aflore y se tome como algo natural, en lo que se conoce como didáctica constructivista, que otorga al alumno un papel preeminente y el error es tomado como una buena oportunidad de aprendizaje. Al alumno se le intenta inculcar que ante el aprendizaje no debe adoptar actitudes superficiales, se le ayuda a que genere autocrítica y la necesidad de aprender del error y del fracaso. De esta manera se invita al alumno a que asuma el error cuando lo comete y que busque la forma de corregirlo. Con ello se persigue que aumente su capacidad de curiosidad y análisis para observar, indagar y rectificar.
Obviamente, el docente no debe cercenar las oportunidades este aprendizaje, debe convertirse en el mayor facilitador para que el alumno logre los objetivos esperados por su tutor y por él mismo. De esta forma, debe permitir la identificación de los lugares en los que se encuentran los obstáculos en el proceso de aprendizaje, además de buscar las posibles alternativas al mencionado error. La retroalimentación ofrecida por el docente va a determinar buena parte del aprendizaje del alumno, no teniendo tanta importancia que éste cometa errores sino como que el docente sea capaz de dar respuestas o alternativas de manera rápida y efectiva. Una de las líneas en las que más se trabaja es la identificación y la subsanación de errores de manera grupal, algo casi impensable en la educación tradicional. Más que generar competición y comparación con las que se corre el riesgo de discriminar o negar las capacidades de ciertos alumnos que no estarán satisfechos en clase y buscarán alternativas para canalizar esa frustración, se puede tratar el error de forma conjunta en pos de lograr una solución que puede beneficiar no sólo al individuo que ha errado sino al resto que lo identifica y delimita para no cometerlo. Sin olvidar las posibilidades de cohesión y fortalezas que se promueven en el grupo, donde habrá una conciencia de que todos pueden equivocarse pero siempre el conjunto es solucionador de dichas situaciones y permite el avance en el aprendizaje, grupal e individual.
Modelo empresarial
Dentro de la empresa, también se puede trabajar este aprendizaje del error, primeramente desde el lenguaje. Cómo se dirige un jefe o qué respuestas da al trabajador que ha cometido el error es fundamental y no quiere decir que por no emplear el tono seco y duro, se esté siendo blando y permisivo, más bien se muestra comprensión y fluidez en el diálogo conflictivo. Buena parte de los errores se pueden deber a razones extra-laborales, personales, vitales, etc. y éstas debe conocerlas el dirigente si quiere saber por qué se ha equivocado el empleado. No quiero decir que haya que prestarles atención siempre, incluso en ocasiones puede que haya malicia en el empleado que “busca las vueltas” a su jefe, obviamente habría que tomar en ese sentido.
Establecer un diálogo con los empleados, no es una afirmación nueva, pero desgraciadamente poco se cumple. Tampoco defiendo que haya que irse de cañas siempre, no hay que confundir roles, pero no existe el nunca o siempre, hay valores intermedios. En los empleos de equipo, el planteamiento es el mismo, si todos contribuyen a la solución y no a la competición, seguramente la preparación, confianza entre los individuos crezca y eso inevitablemente repercutirá en la empresa.
Caminamos hacia la conciliación plena de vida y empleo ya que éste ocupa buena parte de nuestro tiempo vital, además de una mayor comunicación entre los miembros de la empresa que demuestra una mayor productividad y confianza de los empleados que se sienten a gusto y motivados en su puesto de trabajo.
REFERENCIAS
Bibliográficas
E. L. Thorndike, Psicología educacional, 1903, Columbia.
B. F. Skinner, Sobre el conductismo, 1974, Barcelona, Ed. Fontanella.
J. P. Astolfi, “El error un medio para enseñar”, 1999, España, Díada Editora S.L.
Recursos Web
Marveya Villalobos, Elvira, “El error como aprendizaje”, 2011,
http://www.istmoenlinea.com.mx/1998/07/el_error_como_aprendizaje/index.html
Blanco Pisado, Ana I., “El error en el proceso de aprendizaje”, 2008,
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